Buenas a
todos, ¡Feliz año nuevo 2021! ¿Cómo les ha tratado el 2020?, en fin, fuera pálidas,
y en eso estaba cuando me reencontré con este viejo cuento dedicado a los
peques, que sinceramente ignoro quien es el autor del mismo. Hoy, simplemente
les quiero compartir para que lo tengan en cuenta en alguna actividad. Sin más,
que lo disfruten.
Vocación de payaso
Cuando a Martín le preguntaban qué querría ser
cuando fuera grande, él contestaba entusiasmado: “cuando sea grande, voy a ser
payaso”. Ante esta respuesta, las personas invariablemente soltaban una
carcajada y le volvían a preguntar: “no, de verdad, ¿qué vas a ser cuando seas
grande?”. Al pobre Martín nadie le tomaba en serio su vocación de payaso.
Especialmente su papá, que quería que fuese futbolista, y por ese motivo lo
anotó en una escuela de fútbol.
A Martín no le quedó más remedio que asistir a
las clases de fútbol tal como quería su papá. Pero por más esfuerzo que le
ponía, no lograba patear bien la pelota, ni recibir bien un pase, ni mucho
menos atajar un tiro al arco o hacer un gol. Evidentemente, el fútbol no era lo
suyo.
Un día, cuando iba camino a sus clases de
fútbol, un panfleto se le cruzó por el camino. Era el anuncio de una escuela de
payasos que se abría en su barrio. Y, oh casualidad, los horarios de la escuela
de payasos eran los mismos que los de la escuela de fútbol.
Una idea traviesa invadió su mente. “¿Y si voy
a la escuela de payasos en lugar de ir a la de fútbol? Total, nadie se va a
enterar”. Así lo hizo, y efectivamente, nadie se enteró. Comenzó a faltar a las
clases de fútbol para ir a aprender malabares, piruetas, magia y toda clase de
payasadas. Martín estaba fascinado, y ni su papá ni su mamá tenían la más
mínima sospecha de su travesura.
Tan bien le iba a Martín con su carrera de
payaso, que enseguida empezó a trabajar en una plaza y a ganar fama con su
espectáculo. El Payaso Polvorita (ese era su nombre artístico) se había
convertido en una de las principales atracciones de los domingos en la plaza
principal del pueblo. Cada vez que tenía que irse de su casa para actuar en la
plaza, escondía en la mochila su maquillaje, su nariz roja, sus zapatos
gigantes y su ropa de colores, y le decía a sus papás que tenía que ir a jugar
un partido de fútbol. Y ellos, de lo más contentos. Hasta el día en que,
atraídos por la curiosidad, quisieron ir a ver el espectáculo del Payaso
Polvorita, del que todos hablaban maravillas.
Los papás de Martín llegaron a la plaza y se
ubicaron en primera fila para ver la función. No reconocieron a su hijo detrás
del disfraz de Polvorita, y por suerte, tampoco él vio a sus papás entre el
público. Éstos se divirtieron tanto con la función que casi les empezó a doler
el estómago de la risa. Tras el espectáculo, el papá de Martín quiso ir a
saludar personalmente al payaso, para felicitarlo. Martín estaba tras el
escenario, terminando de sacarse el maquillaje, cuando de pronto vio a su papá acercándose. Se quedó
congelado, igual que su papá al darse cuenta de que el Payaso Polvorita era, en
realidad, su hijo Martín. Ambos se quedaron un rato mirándose sin saber qué
decir, hasta que finalmente el papá rompió el silencio. Martín creyó que lo iba
a retar, pero en cambio, le dio un abrazo y lo felicitó. “Me hiciste sentir muy
orgulloso”, le dijo. “Cumpliste tu sueño de convertirte en payaso, aun cuando
yo te quise obligar a cumplir el mío de ser futbolista. Espero que puedas
perdonarme”.
Por supuesto que Martín lo perdonó, de la misma
forma en que su papá lo perdonó por su travesura. Y desde ese día, toda su
familia lo fue a ver actuar siempre que pudieron, y siempre se sentaban en
primera fila y festejaban con carcajadas cada nueva payasada que Martín
agregaba a su espectáculo.
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